Lo sagrado no es nada en sí mismo, sino que lo es en tanto se opone a lo profano (Durkheim dixit). La sacralidad máxima se concentra en el concepto de divinidad, que es, así, lo más diferente, lo radicalmente “otro”, lo que Mircea Eliade llamaba ganz andere, y Rudolf Otto “lo santo”: aquello que posee cualidades de las que el hombre carece; ya sean las ligadas a la fuerza o al poder, al saber, al querer o al sentir; ya sea la altura de la montaña, la energía del sol, la violencia del fuego o el ímpetu del rayo. O la extrañeza que produce la observación de los animales, tan iguales y tan diferentes de nosotros mismos. La sacralización –o la deificación– de algún animal ha sido una constante en todos los tiempos y en todas las culturas: del escarabeo de los egipcios al jaguar de cualquier pueblo amazónico, pasando por el toro, el perro o la ballena. En este curso de verano –con la participación de antropólogos, historiadores del arte o de la cultura–, se ofrecerán algunas descripciones e interpretaciones de diversos animales que han sido sacralizados por diferentes pueblos del pasado y el presente.