Los santuarios clásicos de Delfos y Olimpia resuenan en cuanto se habla de Grecia. Y, junto a ellos, cada ciudad tenía, como nuestros pueblos sus ermitas, muchos otros lugares naturales en los que se veneraba tanto a las divinidades como a los distintos componentes de la naturaleza: montañas, cuevas, fuentes, árboles.
La arqueología moderna ha permitido comprender muy bien las estrechas relaciones entre naturaleza y religión que existían en la cultura griega; relaciones sorprendentes tanto por su fuerte carga simbólica como por su pragmatismo, tan cercano a cuestiones políticas y económicas como piadosas.