A lo largo de la primera década del siglo XXI, varias han sido las transformaciones de calado consolidadas en el contexto de los procesos de mundialización. En particular, cabe destacar la reconsideración del papel de los Estados, su permeabilidad territorial a través de sus fronteras y la difuminación parcial de las barreras entre los ámbitos de Política Exterior e Interior. Circunstancias que, sumadas a las transformaciones operadas en los ámbitos de las nuevas tecnologías, los transportes y los cambios acaecidos de la mano de la globalización en todos los órdenes (comerciales, financieros, políticos, sociales, culturales…), han posibilitado la consolidación y el aumento del potencial de acción de los actores armados no estatales, y su creciente importancia geopolítica, representando un nocivo papel en los asuntos nacionales e internacionales.
Bajo el rubro de “desafíos sociales y geopolíticos en el espacio atlántico” se aglutinan un conjunto diverso de reos y amenazas que, si bien muchas de ellas ya eran motivo de preocupación en el orden interno de los Estados, han evolucionado hasta adquirir entidad transnacional, con los riesgos que tal dimensión y capacidad de actuación entrañan. Hasta el punto, de que su estudio ha atraído un progresivo interés, convirtiéndolos en un tema recurrente en buena parte de la literatura dedicada a los asuntos de seguridad. Identificados como unos de los principales riesgos para la paz y la estabilidad mundiales, para el respeto de los preceptos salvaguardados por la doctrina de la seguridad humana, del incremento de los costos del desarrollo, de socavar el Estado de Derecho y de generar graves y negativos efectos sobre la democracia, la seguridad y los derechos humanos, su concepción como una relevante cuestión de seguridad internacional y el vaticinio de su creciente influencia futura es objeto de creciente reflexión multidisciplinar.