De la misma forma que la minoría judía, inmersa en una sociedad que a partir del siglo IV será mayoritariamente cristiana, se muestra esquiva al análisis histórico (debido, entre otras razones, a las limitaciones de las escasas y fragmentarias fuentes propias y directas disponibles para su estudio), tanto más oscura se presenta ante nosotros la realidad de la «mujer judía» en el Occidente tardoantiguo, cuyas sombras apenas permiten, en apariencia, percibir una vaga silueta. Y, sin embargo, gracias al método histórico-crítico podemos acercarnos con sólidas garantías de verosimilitud a la singularidad del papel desempeñado por las mujeres judías dentro, tanto de su entramado familiar, como de las sociedades occidentales de los siglos IV-VII. Su condición de transmisora de la identidad judía las confiere una importancia ignorada con frecuencia por la exigua historiografía que se ha acercado al tema.
La decidida implicación de las mujeres judías en la defensa de sus creencias religiosas (demostrada en ocasiones con inusitada virulencia), así como la posición central que ocupaban en el hogar ―al que se encontraban ligadas por medio de un derecho matrimonial propio, en el que, en todo caso, no estaba ausente el divorcio―, las convirtió en un pilar esencial de la comunidad judía en momentos en que, una vez desaparecida la institución sinagogal e implantado un régimen represivo del judaísmo, dependía de ellas en buena medida la educación de los hijos dentro del ámbito familiar, favoreciendo así la aparición del cripto-judaísmo que con tanto ahínco las autoridades cristianas trataron de impedir de manera infructuosa. No podemos olvidar, por otro lado, los momentos en que las mujeres judías sufrieron acoso e incluso violencia física, convirtiéndose en víctimas de la brutalidad masculina en situaciones en las que su defensa y protección resultaban prácticamente imposibles. Nuestra visión histórica de la «mujer judía» en el Occidente tardoantiguo ―con especial atención a Hispania― sería incompleta (y en cierto sentido deformante) si ignorásemos los diferentes contextos que condicionaron su existencia y que, al mismo tiempo, explicarían no sólo su comportamiento en el ámbito privado sino también el lugar que ocupaba dentro de la comunidad religiosa a la que pertenecía, de la sociedad en la que, con evidentes limitaciones, se desenvolvía y de la que, al mismo tiempo, emergía una imagen estereotipada ―y a veces contradictoria― procedente tanto de la literatura patrística como rabínica.
Si no se estudia el contexto geográfico, social, jurídico, cultural e ideológico en el que se encontraba inmersa, nuestro análisis perderá necesariamente fiabilidad histórica. En este sentido, resulta esencial desvelar dichas características presentes fundamentalmente en los restos arqueológicos y en la epigrafía, así como en las fuentes documentales que han llegado hasta nosotros. Por las mismas razones, no puede desdeñarse el análisis comparativo de la coetánea situación social, jurídica y cultural de la mujer judía y la mujer cristiana en los diferentes ámbitos territoriales del Occidente latino.